Nunca había tenido que estudiar en verano hasta ahora y la verdad es que me daba mucho respeto, porque no sabía cómo iba a llevarlo con el calor y los planes veraniegos y, además, no sabía cómo me iba a ir eso de no tener una presión real sobre mí para ponerme en el escritorio y echar horas y horas. Al final, la experiencia no ha sido nada mala, aunque mis expectativas cuando empecé eran excesivamente altas. Y cuando digo excesivas, es realmente excesivas. Mi intención, cuando me senté delante del escrito con los temas de la oposición frente a mí, era leerme todos (72, se.ten.ta.y.dos) los temas y, si era posible, hacerme un esquemilla básico y algún material de apoyo.
¿Soñadora? Me queda corto.
La realidad es que llegué a leerme doce de ellos, hacerle esquema a diez y sacarle material a unos ocho (y algunos están sin acabar). Al principio pensé que esto había sido un desastre total, pero, luego, lo consideré mejor y, oye, había hecho muchas cosas, había avanzado mucho y solo porque quería empezar antes de septiembre. Y ese camino que ya llevaba hecho. Así que supongo que la primera de todas las cosas que he aprendido este verano: sé realista. Está muy bien ponerse límites, pero de nada sirve ponerlos en la luna, si hoy solo puedes llegar a las nubes. Lo que quiero decir es que las metas frustran cuando no se consiguen y eso es una realidad más grande que una catedral, a todos nos fastidia no lograr lo que decimos que vamos a hacer. Pero no por eso hay que dejar de ponerse objetivos. Un objetivo cumplido, para mí al menos, es igual a una motivación, a saber que estoy dando pasitos hacia la meta.
Así que, bueno, cuando bajé de mi celestial idilio de la productividad mitológica que me había planteado para este verano, también me di cuenta de otras cosas. No sé si serán cosas personales o de ese tipo de cosas que le pasan/piensa todo el mundo, pero sí sé que son aspectos de los que quiero hablar. Y aquí van:
COSAS QUE HE APRENDIDO ESTUDIANDO DURANTE VERANO
(Y QUE INTENTARÉ NO OLVIDAR Y PONER EN PRÁCTICA)
Soy una persona que una vez concentrada es difícil que se distraiga, mi problema es ponerme. Por ello, una vez que estoy enganchada al estudio no hay problema, pero tengo que evitar toda distracción posible porque, simplemente, levantarme de la mesa puede suponer que haya un descanso y no solo un momento de ir a por algo. Así que una de las cosas que más me han calado este verano ha sido tenerlo todo a mano. La botella de agua en la mesa (que si no me doy mil vueltas a la cocina), el material que voy a usar encima de la mesa y el que es posible cerquita para cogerlo alargando la mano... Ese tipo de cosas. Con esto he conseguido no estar dando vueltas innecesarias por la casa y por mi habitación y algo es algo.
Ligado a esto y sabiendo que este año iba a estar con las oposiciones, he leído muchos blogs y muchas cosas sobre consejos de estudio y experiencias, y puedo decir algo con seguridad: todos marcan que hay que tener una rutina y, a ser posible, un horario. Además, el horario vuelve a echarme un cable en todo eso de ponerme a estudiar y mantener la concentración. Otro día puedo contaros como registro lo que tengo que hacer y el tiempo que lo hago, pero lo bueno es que, de momento, estoy intentado seguir un horario. Sobre esto me ayudo mucho el curso de inmersión lingüística de la UIMP que hice en verano. Me gustaron mucho los horarios que planteaba, tanto la duración del tiempo activo como del descanso, y noté que de verdad podía rendir mucho. Así que, más o menos he decidido seguir este horario con una ligera variación (alargando la hora de descanso del mediodía y aumentando las horas de la tarde). Lo básico del sistema era: clases de hora y diez/hora y cuarto con descansos de diez/quince minutos.
Dentro de esta línea de cosas que me ayudan a mantener un ritmo más intenso y no perder tanto el tiempo (siempre he sido una pierdetiempos cum laude), marcarme unas rutinas para activarme me ha venido de perlas. Aquí el consejo me lo dio mi señora madre porque es lo que ella hace, aunque creo que también lo he visto en algún vídeo de Youtube. En mi caso, además de lo típico de desayunar y demás necesidades mañaneras, mi cerebro se da cuenta muy bien de que estamos empezando la rutina cuando me he echo la crema de la cara, me preparo el té y la botella del agua, me siento delante del escritorio para revisar y completar mi bullet journal y mi agenda, reviso el correo y juego unos diez minutos con los juegos de geografía de Seterra (una se está poniendo las pilas que está feo eso de ser futura profe de geografía y llevar el cacao mental de mapa mundial que tenía yo). Al principio se me olvidaban la mitad y las acababa haciendo en otro momento del día; sin embargo, ahora me parece lo más normal hacerlo a primera hora antes de zambullirme en el temario de oposición. Y para las noches casi que estoy haciendo lo mismo para desconectarme del estudio, pero este todavía estoy probando con diversas cosillas, aunque muchas ya las voy asimilando como parte de la rutina de desacelerar y poder descansar.
Por supuesto con toda esta experimentación (tanto de rutinas como de sistemas de estudio) me he dado cuenta de otra cosa muy básica: si no funciona, cámbialo. Soy una persona que se empeña mucho en ir hasta el final y, por norma general, si ya he planeado algo de una manera, se hace así. Pero este verano me he dado cuenta que no, porque lo mismo pierdes más tiempo o te estás aferrando a algo que no merece la pena (o te podría ir mejor de otra manera y ahí estás tú, tropezando en la misma piedra quinientas veces y repitiendo la historia). Por eso, por ejemplo, de las cosas que dije en esta entrada, cambie algunas cosas al darme cuenta después de unas semanas más que, para lo que pretendía que fuese el verano, me iba mejor sí eliminaba algunas partes o las hacía mucho más rápidas; también añadí otras cosas que antes no había hecho. Lo que me quedó claro (o espero que lo hiciera) fue que si tengo un sistema de estudio, pero creo que algo podría ser mejor de otra manera, se puede intentar cambiar. Lo que ya está hecho ya no es malo, sirve siempre, pero podría ir mejor de otra manera. Así que este año intentaré tener la mente mucho más abierta a modificar planes y sistemas, y no ser tan rígida en que si el tema 01 lo he estudiado de x manera, el tema 56 también debe ser así.
Y, como añadido extra, mientras que reorganizaba habitación y todo el material escolar que tenía de cara a la oposición, me di cuenta de la enorme cantidad de cosas que tenía. Bolígrafos de todos los tipos y colores sin gastar, carpetas por doquier, cuadernos en cantidades industriales acumulados porque me encantan (pero la mayoría sin usar o solo usadas las primeras páginas con un tanteo de la excusa que me ponía para comprarlos)... La cosa es que cada vez estoy más concienciada con el medio ambiente y este año pinta que voy a tener que usar bastante material, pero me gustaría ser lo más responsable posible. Así que me he puesto el stop y voy a utilizar todo lo que tengo por casa hasta que se gaste y sea, de verdad, necesario reponerlo. El cambio que más me ha sorprendido a mí misma es la idea de cambiar los subrayadores normales por lapiceros de colores para resaltar y subrayar los temas. Todavía no sé cómo funcionaría y si será un éxito o un fracaso, supongo que ya te contaré, pero creo que me va a venir bien también a nivel personal porque tengo la sensación que el color tan llamativo (incluso el de los pastel) de los subrayadores convencionales contribuye a mi dolor de cabeza (es lo que tiene tener unas migrañas tan sensibles). Y lo mejor también de todo esto: voy a hacerme espacio (que falta me hace), porque las cosas se van a acabar y no las voy a acumular.
¿Qué hay de ti? ¿También tuviste un periodo de adaptación a las oposiciones? ¿Qué aprendiste durante los primeros meses cuando empezaste este camino? ¿Verano te ayuda a cambiar cosas de un año escolar a otro?
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